Al fin estábamos llegando
a nuestro hogar, en lo profundo del Bosque Alto, tras una larga
ausencia para reabastecernos en Luna Plateada.
-Está anocheciendo.
Deberíamos parar por hoy y continuar el viaje por la mañana
-comentó Shilkana, mi compañera de viajes y esposa desde hacía ya
un lustro.
-De acuerdo -respondí-,
esperaba que pudiéramos llegar hoy, pero tienes razón. No es seguro
viajar de noche. Mañana continuaremos la marcha.
Nos pusimos a preparar el
campamento, ella encendiendo el fuego y preparando los petates
mientras yo sacaba un poco de carne del ciervo que nos había sobrado
de la comida y me disponía a cocinarlo.
Cenamos en silencio,
cansados como estábamos de la larga caminata. Nos dedicamos a
escuchar los sonidos del bosque como tanto nos gustaba. Una suave y
fresca brisa soplaba desde levante, haciendo la calurosa noche un
poco más llevadera. Esa misma brisa fue la que nos alertó.
Un gritó se oyó en la
lejanía, el grito de una joven, y venía de la misma dirección en
la que estaba nuestro hogar. A ambos nos vino a la mente la imagen de
Ternarel, hermana pequeña de Shilkana, que se había quedado
vigilando nuestra casa mientras nosotros estábamos fuera.
Rápidamente apagamos el
fuego y recogimos nuestras cosas. Nos encontrábamos a un par de
horas de viaje a paso normal, pero corrimos a toda velocidad y en
algo menos de una hora habíamos llegado a nuestra morada. Se veía
luz en el interior de la cabaña, pero no se observaba ningún
movimiento.
-Escucha un momento
-susurré. Esperé un segundo y continué-. No se oye nada.
-Acércate por delante, yo
daré un rodeo y me aproximaré por detrás -sugirió Shilkana.
Espadas en mano nos
acercamos a nuestra casa, moviéndonos en silencio, pero no había
nadie. La casa estaba patas arriba, como si hubiera habido algún
tipo de pelea. Tan sólo había una pista, unas pisadas que se
alejaban hacía el norte y sin más dilación nos pusimos a
seguirlas.
Ambos corrían tan rápido como podían y sin embargo ninguno de los dos era capaz de alcanzar aquello que perseguían. Era extraño, las pisadas eran de forma y tamaño humano, sin embargo nadie es capaz de correr tan rápido llevando a alguien a cuestas. Las pisadas parecían tomar dirección este, hacia las afueras del bosque.
Ambos corrían tan rápido como podían y sin embargo ninguno de los dos era capaz de alcanzar aquello que perseguían. Era extraño, las pisadas eran de forma y tamaño humano, sin embargo nadie es capaz de correr tan rápido llevando a alguien a cuestas. Las pisadas parecían tomar dirección este, hacia las afueras del bosque.
Seguimos el rastro durante
varios días. Los cinco primeros días transcurrieron igual, Shilkana
y yo corríamos todo cuanto podíamos y apenas parábamos un par de
horas para recobrar el aliento y comer algo.
La noche del sexto día de
rastreo, sin embargo, me percaté de que por la zona había otro tipo
de huellas. Me puse en cuclillas para examinarlas más de cerca. Se
trataba de trasgos, en gran cantidad, quizá una tribu entera. Y
nuestro objetivo parecía ir directo hacía ellos.
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