martes, 26 de junio de 2012

Kyaran Reilin, capitán de la guardia


Cuando me alisté en la guardia fue por seguir los pasos de mi padre. Llegó a ser comandante de la guardia e íntimo amigo del rey. Pero mi cometido no está siendo como esperaba. Los gremios aterrorizan cada vez más a esta ciudad. Robos, extorsiones y asesinatos están a la orden del día. Entrego todos mis esfuerzos en proteger a las personas de esta ciudad, pero la situación escapa a mi control. He recibido un chivatazo sobre un posible escondrijo de los gremios, cerca del mercado, y me dirijo, junto a mis dos mejores hombres, al lugar indicado. 

-¿A qué le das vueltas, capitán? -la teniente Kiriena, una gran soldado y buena amiga,  me sacó de mis cavilaciones. Negué con la cabeza y añadí:
-Espero que esto acabe pronto -. Estaba cansado de tanta lucha. Cuando haces frente a un enemigo que no tiene principios e ideales, adquieres parte de esa mierda que combates. Espero que nada de esto me pase factura.
-¿Seguro que la fuente es fiable? -me preguntó Kiriena, manifestando sus temores. Me consuela saber que mis miedos se comparten.
Había sido mi hermana Alviana quien me había facilitado dicha información. Mi situación con ella es complicada. Cuando mis padres desaparecieron, no pude controlarla. Tomó decisiones equivocadas y acabó relacionándose con gente que no debía. Ahora trabaja para la misma gente que intento dar caza. No hablamos mucho, pero tenemos un trato bastante razonable. La mantengo al margen a cambio de que me facilite información de vez en cuando. ¿Por qué hago eso? Creo que está justificado por un sentimiento de culpa. Soy el hermano mayor y debí protegerla.
-Sabe lo que está en juego si no es así -admití.

Estábamos llegando al lugar. Hice una señal al otro soldado que nos acompañaba para que diera un rodeo y cubriera la parte trasera del almacén. Kiriena y yo nos acercamos a la puerta y, espada en mano, di un par de golpes y grité:
-¡Abran en nombre de la guardia!

El potente grito del capitán se escuchó en varias calles de distancia, y seguro que los golpes de la puerta se escucharon dentro de todo el edificio, pero no hubo respuesta. Kiriena miró a Kyaran, esperando a que su superior diese la siguiente orden.


Como era de esperar, no obtuvimos respuesta. Kiriena me miraba fijamente. Los dos sabíamos lo que teníamos que hacer, pero me desconcertaba no saber a qué nos enfrentábamos si entrábamos. Aun así, hice un gesto a mi segunda al mando para que se pusiera a un lado de la puerta. Yo me coloqué delante y, con un fuerte golpe, la derribé. Acto seguido me aparté de enfrente para evitar cualquier represalia; ya fuera de un virote o de una espada traicionera. Esperé unos segundos para ver qué ocurría. 


Nada ocurrió, dentro del almacén reinaba un silencio sepulcral. Tras unos segundos la propia Kiriena asomó tímidamente la cabeza.
-Parece despejado, ¿deberíamos entrar?


-No me gusta la idea, pero no tenemos alternativa -admití. 
La teniente y yo cruzamos la puerta y observamos a nuestro alrededor. La sala estaba casi vacía. Numerosas cajas se apilaban en varios estantes desvencijados, y una gruesa capa de polvo amortiguaba nuestras pisadas. Me agaché para inspeccionar y descubrí multitud de huellas en el suelo. No tardé en descubrir que no conducían a ninguna parte; entraban y salían, e iban a parar a dos puertas situadas al norte y al oeste. 
-Parecen de bota, y son recientes -informé a mi compañera -. Debemos estar alerta. 
-Hay dos puertas -añadió Kiriena -. Será mejor que nos dividamos. 
-No me gusta la idea de que vayas sola -en realidad, no me gustaba la idea de que fuéramos solos ninguno de los dos.
-Ya soy mayorcita -me dijo con una expresión entre dulce y burlona. 


Ella tomó la puerta del norte y yo me encaminé hacia la oeste. Medité mi estrategia unos segundos antes de continuar. Luchar en un pasillo me da cierta ventaja ante un grupo numeroso, por lo que sería una buena opción para empuñar la daga con la otra mano, pero si lo que hay a continuación es una sala amplia, soy vulnerable a un ataque a distancia. Y avanzar sólo con la ballesta puede ser un suicidio a corta distancia. Al final opté por una táctica arriesgada. Desenfundé mi ballesta y me puse de rodillas para coger un virote del carcaj que tengo ajustado a la bota. Amartillé el arma y flexioné el brazo, de tal manera que, cogiendo la espada en sentido contrario, mantenía la punta del filo hacia delante para protegerme de un ataque frontal rápidamente. A continuación coloqué la ballesta, empuñada con la mano izquierda, en el brazo flexionado. Así podría defenderme de un ataque a larga distancia y utilizaría el brazo como soporte para ganar precisión. Una vez hecho esto, me acerqué a la puerta. Estaba entornada. Con un golpe de la pierna la abrí poco a poco y entré lo más silencioso que pude, justo después de echar un último vistazo para comprobar que Kiriena se había puesto en marcha. Espero volver a verla...



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